David Viñas, además de
intelectual comprometido a la manera sartreana y autor de una obra que abarca
narrativa y crítica literaria, fue un invertor de gestos. Para ello diseminó a lo largo de su
obra una serie de figuras: codeo, ademán, serie, sudor, cuerpo, mancha. Viñas,
al decir de Flusser, pensaba a partir de estos gestos. Su capacidad para leer microscópicamente también
lo acercaba a la gestualidad de Morelli. Leer es una forma de devolver en secreto.
Literatura
y Realidad Política (Jorge Álvarez, 1964) es prueba de esa forma, si bien
sus modelos fueron Lucian Goldmann, y según me contó personalmente German García,
los ensayos de imaginación de Gastón Bachelard. Viñas es más que un autor, por
lo que su obra se abre para nosotros a la manera de una máquina, en el sentido
que Ludmer habla de la máquina del siglo XIX en donde lectura y pensamiento van zanjando los
modos de imaginar la Historia, e inscribiendo los síntomas que allí donde aparecen. La pregunta por Viñas, entonces no se
ubica en el horizonte de la pregunta por la obra del autor, sino por una
infrapolitica constitutiva de los modos de la lectura y la política de la
mirada. Su mayor empresa inédita - que lleva de título Lucio V. Mansilla: entre Rosa y París - más que el cierre de un
proyecto crítico, vendría a elaborar la una impolítica de la
literatura, esto es, la apertura de la institución de la literatura como
potencia que actúa. Si me preguntaran sobre varias claves de los efectos de
la lectura viñesca estas serían.
I. Dieu caché- Indios Ejercito y Frontera es un libro excepcional en más de un sentido.
Es la escritura del documento de la barbarie en tiempos atravesados por la barbarie; es también un comentario sobre el presente a partir de la imagen dialéctica del pasado tan solo accesible
en el ahora de la apariencia. Es un tratado sobre "los principios":
el principio del Estado, de la soberanía, de la territorialidad como segmento y
propiedad, el principio del principio de lo político como destrucción.
Pero ese
principio no puede ser nombrado ni territorializado en un sentido de la
narativizacion de la historia. De ahí que se cita el Dieu Cache de Lucien Goldmann como clave de lectura. Indios
Ejercito y Frontera es un tratado sobre la soberanía de la misma manera en que
la "gauchesca" es un tratado sobre la patria. Indios Ejercito y Frontera no es el dios
cotidiano de quien ha perdido la fe, sino el Dios secularizado que consta de su
fuerza en el estado de excepción y que encuentra en la forma del derecho su continuación
como golpe de Estado. La extensión territorial, la marca sobre los cuerpos, la iconografía
de Roca (en la pintura de Blanes hay algo de medievalista de Kantorowicz) sobre el desierto es la trinidad del origen de la fuerza militar del
Estado latinoamericano: no aquella que aparece bajo el signo de la expansión
del capital sin límites, sino la de un gobierno que encuentra legitimidad en la
destrucción del otro como acto de gracia (Alberdi había sintetizado:
"gobernar es poblar").
Como Arguedas y Rulfo, Da Cunha y Roa Bastos,
Revueltas o Melville; Viñas es un escritor territorial. Su escritura se mueve en territorios, piensa a traves de cuerpos en el espacio. Y la soberanía es, ante
todo, ocupación y usurpación de la tierra. Indios es un archivo de cómo hemos
devenido en tierra de ocupación, así como en tierra de nadie. La textura postcolonial
radica en el principio de la soberanía sobre la materia y el espacio. Todo Viñas
es la imaginación de un materialismo que pueda desterritorializar y hacer sensible
estar primera enorme violación sobre la tierra.
II. Gestos- Desde Los
dueños en la tierra hasta Tartabul,
la imaginación de Viñas se ocupa de asumir la fuerza del gesto allí donde
coincide con el cuerpo. El cuerpo venido a menos, a resto, a finitud, a humillación.
Como Arlt, para quien la humillación es el efecto necesario de la subjetivización de la división
del trabajo del capital, Viñas toma la pregunta arltiana por el humillado y la transforma en la resistencia de lo corpóreo.
"Escribo para resistir el ser
humillado" - escribía en una de las famosas tapas de Las malas costumbres. Los gestos en la prosa de Viñas aparecen en el representación, sino en el exceso de la materialidad de la palabra, en el
momento en que estos se corporeizan y caen en la dimensión de lo sensible. De ahí
las sensaciones de la escritura de Viñas - sudor, un cuerpo en un baño, un
rostro sangriento, la respiración - como huellas del acontecimiento como tachadura. En "Sábado
de Gloria en la capital (socialista) de América Latina", Viñas entiende
que toda revolución es siempre un devenir del cuerpo. Más allá de las palabras
encontramos la imaginación transformada en gesto. De ahí que los personajes en Viñas
no hablen, sino hagan gestos ("La señora muerta", "El
jefe", Lisandro, Tartabul). Solo así se es que se inscribe Viñas en la política: sus imágenes arrastran el poder de signar allí
donde el lengua encontraría un limite. El gran gesto de humillación: la
violencia. Clave con la cual Viñas leyó el arche (principio y mando) literario en el El Matadero. Formalmente Viñas descubría el problema de
la infrapolitica literaria: la violencia es a la literatura, lo que la excepción
es a la política.
III. Equivalencias - Viñas es un pensador equivalencial. Todas sus
arsenal de conceptos apuntan hacia esa armadura: la serie, la mancha temática,
el 'entre', o la terrible sentencia de Indios
Ejército y Frontera: los indios son
los desaparecidos del siglo XIX. Viñas solo ve entidades equivalentes en
una temporalidad de la diferencia. Su pensamiento surge de la equivalencia como
oposición. Fue en esa clave que leyó a Borges/Perón, como el monstruo bicéfalo
de la hegemonía de lo nacional-popular. Indios
Ejercito Frontera es su escritura de la historia que, en su intento de
subalternizacion, termina por encarnar eso que Gayatri Spivak llamó el
esencialismo estratégico. No era que Viñas aun estuviera en una matriz
humanista del crítico (existencialista o no), sino que las condiciones de posibilidad
de sus lecturas irreduciblemente no dejan de pensar la diferencia más allá de la lógica
de la equivalencial en el tiempo de la Historia. Viñas ciertamente no es Laclau
- refutó el peronismo, con más pasión con que refutaba la oligarquía - pero compartía
con el autor de Hegemonía y estrategia
socialista la opción por el cálculo, por el cierre perfecto, por la
elipsis.
La literatura sería lo opuesto de esta órbita: la ruina de la lógica de
la equivalencia, el fin del determinismo histórico, constantes mutaciones. La
equivalencia encontraba su fin en el principio de la literatura como traición y
redistribución desigual de la sustancia de la imaginación.
IV. Mansilla - De Literatura
y Realidad Política (1964) a su póstumo Mansilla:
entre Rosas y Paris (Santiago Arcos, 2015?), el sello infrapolitico en Viñas
es la figura de Mansilla. Lo que Baudelaire fue para Benjamin desde la década
del veinte, Mansilla es para Viñas durante más de medio siglo. Dandy, militar,
viajero, burgués aburrido, hombre de letras, sobrino de Rosas. Mansilla abre en
Viñas lo que en otra parte hemos conceptualizado como la subalternizacion del
poder: el abismo de la literatura en su propio pliegue interno. Si bien comienza por
simbolizar un tipo de literatura del poder, ya en Indios Ejercito y Frontera,
Mansilla es la figura trágica (eso que Schmitt llamó la gestalt al referirse a Holderlin en Glossarium) de la mediación entre literatura y política. Mansilla
no es un personaje de carne y hueso; es además el puente quemado de toda politización
calculada de lo literario. Mansilla es el traidor, y quien mejor entiende al
subalterno en el momento en que se somete a la intraducibilidad, disolviendo la
hegemonía de la letra sobre la oralidad. Mansilla trabaja los límites desde la
literatura sin la renuncia a ella. Es por esto que Mansilla es la figuración de
Walsh en un espejo. Y como en la fotografía donde Mansilla se reproduce ante
tres espejos, el autor de Excursión a los
indios ranqueles tampoco es uno sino muchos. El traidor es quien le
devuelve a la política su carácter olvidado de la tragedia sobre la línea misma
del nihilismo.
Por eso al lado de Mansilla están Lisandro de la Torre, Tupac
Amaru, y Dorrego, tres personajes del nuevo teatro materialista de Viñas. Este materialismo no se define por una concepción vulgar de la dialéctica predicada en las relaciones laborales o en el registro de la contradicción de la Historia, sino
sobre la carnosidad de aquellos que han podido renunciar a lo que han sido. Si
Tartabul es el "último argentino del siglo", Mansilla es el último
nietzscheano de un pensamiento trágico sobre el borde de la Historia.
V. Nombres propios - Viñas
no llegó a teorizar hasta sus ultimas consecuencias la función de hombre, sin
embargo su obra es ilegible si no nos hacemos cargo del peso del nombre sobre
la carne y los cuerpos. Ese fue el intento de Tartabul, desde donde se multiplican los nombres de la historia y
se vocalizan sus tragedias. Los nombres en Viñas aparecen en pleno estado de suspensión,
entre X y Y, a saber, como instante de la captura de las palabras y como síntoma
de una situación. Viñas no imagina el poder sin nombre, porque la autoridad (arche) se establece en el momento en el acto de nombrar. Ahí fijamos un destino
y una teoría de la signatura literaria como soberanía de la ficción.
Todo
tiene nombre propio menos Tartabul,
quien encarna, como en la memoria panteistica de Spinoza, todos los nombres de la
Naturaleza y todos los que serán.
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Gerardo Muñoz
Julio de 2014
Filadelfia, PN.